Un líder que anteponga su carrera profesional o su status por encima del equipo se convierte en el principal handicap para la organización, ya que la consecuencia a esta actitud será la falta de motivación del equipo, esto va a repercutir directamente en la productividad del equipo.
Si esta situación se alarga en el tiempo puede generar contagios a otros equipos de la organización, teniendo resultados onerosos que a la larga van a repercutir en las cuentas de resultados de la organización.
Habría que abordar el conflicto de la falta de cohesión desde la naturalidad. Asumir la responsabilidad sin anteponer los logros individuales a los colectivos. A partir de ahí empezar a trabajar en el establecimiento de unas bases que permitan la cohesión del equipo desde la igualdad, para que todos sus miembros se sientan realizados y valorados en su justa medida, dejar que crezca el orgullo de pertenencia.
Pero nada de esto se podrá conseguir sin confianza. Si las personas tienen que estar pendientes en todo momento de protegerse, de no mostrar su vulnerabilidad para no recibir ataques directos o descalificaciones, difícilmente se alcanzaran objetivos, ni los más básicos. La confianza se basa en el conocimiento del otro, entender la riqueza de la diversidad. Sin esta base el equipo se desgastará tanto a nivel personal como profesional.
Todos necesitamos un cierto aliciente para dar lo mejor de nosotros mismos. Se necesita una ambición compartida que nos una, además de que cada miembro del equipo asuma su responsabilidad.
Y ahora es cuando nos hacemos la pregunta del encabezado, ¿somo un equipo? Si la respuesta no es inmediatamente afirmativa, debemos empezar a trabajar y analizar los puntos que nos impiden dar esta respuesta; y la organización, principal interesada en que se genere sentimiento de equipo, poner en marcha mecanismos para abordar esta deficiencia.
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